lunes, 17 de noviembre de 2008

EL ESPEJO


El reflejo del alma es quizá aquel que más nos atormenta, por eso nos negamos a mirarnos al espejo, escondiéndonos tras un disfraz de adulaciones, buenos modales, y muestras de cariño infundadas. Pero ni al mismo zorro le duró la máscara eternamente...


Es demasiado fácil juzgar a los demás, perdernos en sus defectos y carencias, tal si fueran cuentos escritos que podemos interpretar, como si carecieran de corazón, y constituyeran bloques de hielo perfectos. Pero pocas veces intentamos mirar más allá. Preferimos quedarnos en la superficie.

Ciegos, invidentes de lo que realmente acontece ante nuestros ojos.
Con veinte siglos a nuestra espaldas en los que miles de civilizaciones han sobrevivido aferrados a la fe en mitos, dioses, y personas amadas, hoy por hoy, hay algunos que prefieren tender la mano al desconocido, mejorando su imagen ante la sociedad.

Y esto, aunque no lo creaís, a veces parte el corazón.

Así, si creemos que alguna amiga o amigo ha pecado, en vez de tenderle la mano, nos perdemos en engrandecer sus defectos, y utilizarlo como picadero en cualquier aseo de cualquier bar.

No, no soy una santa, ni pretendo serlo, pero llevo años luchando por no juzgar a las personas que amo. He perdido a mucha gente en este empeño, pues a veces el viento sopla en tu contra.
Al ir a cruzar la meta de mi propio reto, una daga. Y a alguien se le rompió el espejo de no mirarse.

Y de verdad os digo que la primera en ponerme delante del espejo fui yo. He visto todos mis defectos, los conozco y reconozco, y aún estoy intentando sobrevivir a muchos de ellos. Pero algunos pedazos andan perdidos por lugares inalcanzables para mi. Intento tapar mis oídos y oigo como otros se desternillan.

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